Autonomía y libertad bosquesinas

La problemática de la autonomía en la región amazónica nos pone de cara a la alteridad bosquesina donde esta adquiere una forma particular, según el antropólogo y lingüista Jorge Gasché:

«A diferencia del trabajador urbano, que, en su ambiente laboral, obedece a jefes que le mandan y se inserta en un orden jerárquico empresarial y, en su ciudad, está sometido a leyes y reglamentos de origen escrito y a representantes del orden público (policía), el comunero bosquesino no tiene quien le mande en sus actividades cotidianas, y las autoridades comunales, inclusive las decisiones de las asambleas, no tienen un poder de mando reconocido. Ningún comunero — aunque sea el presidente o el teniente gobernador de la comunidad (con pocas excepciones que discutiremos más adelante) — da una orden a otro comunero. Eso nunca ocurre según nuestras propias observaciones. Y si no ocurre, es que no tiene cabida en la sociedad bosquesina, en la que nadie puede pretender imponer su voluntad a otro comunero. Esta autonomía entre adultos pertenecientes a diferentes casas, a diferentes unidades domésticas, es uno de los rasgos resaltantes de una sociedad igualitaria. Si bien los menores hasta 13 o 14 años se pliegan a la autoridad de los padres, y si bien en el seno de la pareja pueden manifestarse tendencias o “gustos” autoritarios (¡tanto del lado del hombre como del de la mujer!), los adultos deciden lo que van a hacer en cada momento del día y de la noche. No hay horario, ni jefe que obligue a cualquier actividad. El hombre y la mujer adultos deciden cada día y en cada momento lo que van a hacer; a veces prevén un programa de actividades para los próximos días, pero a su iniciativa y criterio. El tiempo que hace, el nivel del río, la aparición de mijano, la maduración de ciertos cultivos y frutas, la falta de pescado o carne, la invitación a una minga… condicionan u orientan sus decisiones, pero éstas siempre son opciones, no obligaciones. A través de sus actividades, el bosquesino satisface sus necesidades, pero en qué estación del año, en qué día, en qué momento del día y dónde hace qué cosa, lo decide él según su conveniencia, aun teniendo en cuenta, qué época del año, qué clima, qué hora del día y qué medio natural son los más apropiados para el éxito de su actividad y para la satisfacción que goza en ella, o — y eso es un factor condicionante más — qué compromiso tiene con otro comunero que ha solicitado su cooperación y con el cual le liga un vínculo de reciprocidad, de servicios y apoyos mutuos.

Mientras que el trabajador urbano está constreñido por sus obligaciones laborales resultantes del constreñimiento mayor de tener que vender su fuerza de trabajo para poder satisfacer sus necesidades de consumo (¡más no las del gusto de trabajo!), el bosquesino decide con libertad, qué hace, dónde y cuándo y si actúa sólo o invita a otros a colaborar. El bosquesino ejerce su libertad, pero la ejerce con juicio, con criterios formados por su educación y formación, sus experiencias y sus éxitos anteriores. Todo lo que ha aprendido a través de sus actividades en relación con los fenómenos naturales que rodean y permean su cotidianidad, es decir, sus conocimientos y su saber-hacer, condicionan su libertad de opción y decisión, más no lo obligan, no lo constriñen.

En la comunidad Santa Elena (SE, comunidad kichwa del medio río Tigre, situada en la orilla de una cocha que tiene salida al río. Su posición GPS es: 0534262 UTM 9611721), un comunero dijo bien claramente: “En mi comunidad, somos libres.”

En la comunidad Santa rosa (SR, comunidad “mestiza” en la orilla derecha del bajo Ucayali ubicada a poca distancia de la ciudad de Requena. Su posición geográfica es: 73º 45′ 59″ longitud oeste, 04º 58′ 25″ latitud sur) cuando el investigador se retiró de una rueda de conversación con aguardiente diciendo “tengo que ir a trabajar”, los comuneros presentes contestaron: “Nosotros aquí vivimos nuestra vida” (entendiendo que nadie nos exige nada, hacemos lo que nos da la gana).

Esta libertad de todos los días, condicionada por el contorno material local y el horizonte de la conciencia del sujeto que es el resultado de sus experiencias vivenciales personales, es concreta, práctica, porque el actor bosquesino es dueño de sus medios de vida y producción: siempre tiene acceso a los recursos naturales, tierra para cultivar, sitio en la comunidad y casa donde alojarse con su familia, y dispone de sus instrumentos de trabajo: semillas, hacha y machete, utensilios de cocina, canoa, anzuelos, flechas, eventualmente redes, escopeta, perro… Si le han robado su canoa, puede prestarse una de un familiar, hasta que él mismo haya vuelto a hacer una. Ocurre también que entre familiares se prestan escopeta o redes, en cual caso el cazador o pescador da una parte de su mitayo o pescado al prestamista. Cuando el préstamo tiene lugar entre personas no relacionadas por parentesco, alianza familiar o vecindad, el prestamista cobra a veces un alquiler o fija el porcentaje que el cazador o pescador le debe de su producto.

La posesión de los medios de producción es el sustento material del ejercicio de la libertad condicionada del bosquesino, cuya autonomía es reconocida y respetada por todos, inclusivo por las llamadas “autoridades”. Cuando uno de estos medios hace falta, las relaciones de reciprocidad remedian a esta situación, pues, mediante el préstamo, el comunero obtiene acceso al uso del medio de producción del que carece en un momento dado. Sin embargo, esta solución es transitoria; el bosquesino siempre aspira a superar la carencia que le hace “dependiente” de otro, a fin de restablecer su plena autonomía. Quiere tener su canoa propia, su red propia, su escopeta propia, y hasta su pequepeque o motosierra propia. Sólo si él mismo es dueño de todos sus medios de vida y producción, es un comunero en sentido pleno, una persona “completa”, por ser autónoma; y, como tal, ejerce libremente su reciprocidad y generosidad, como igual entre iguales, todos capaces de satisfacer sus necesidades.

Las actividades, por cierto, obedecen también a ciertas rutinas, que hacen que el sujeto actúe como tiene costumbre de actuar, sin confrontarse en cada momento con una libertad genérica, abstracta. El sujeto decide hacer algo que se encuentra en el horizonte de su conciencia, de su experiencia y práctica diarias habituales. Pero este horizonte engloba un abanico de posibilidades de actuar, entre las cuales escoge a su gusto, con libertad, — esta libertad condicionada, que acabamos de mencionar.

Habiendo iniciado una actividad, el bosquesino la prosigue a su ritmo. Nadie le empuja para que trabaje más rápido, ni le obliga a que responda al ritmo de una máquina o de los clientes que se presentan en una taquilla o en un negocio. Si siente cansancio en un trabajo esforzado o fastidio estando sentado y ocupado en una artesanía, descansa y conversa un rato, luego retoma su actividad; si siente sed, interrumpe su obra y toma masato o cahuana. Nadie le mide la hora, ni su producto. Él mismo decide cuánto tiempo quiere dedicarse a una actividad y qué resultado le basta para hoy que completará mañana o en los próximos días o en otra semana, orientándose siempre en los criterios climáticos, las oportunidades naturales y las “exigencias” de la reciprocidad. Este último criterio merece que lo detallemos, pues introduce una nueva dimensión en nuestro concepto de “sociabilidad”».

[Fragmento del texto inédito: INFORME FINAL DEL PROYECTO 454-2005 (IIAP — CONCYTEC) LIBERTAD, DEPENDENCIA Y CONSTREÑIMIENTO EN LAS SOCIEDADES BOSQUESINAS AMAZÓNICAS. ¿QUÉ SIGNIFICA PARA LOS BOSQUESINOS “AUTONOMÍA”, “CIUDADANÍA” Y “DEMOCRACIA”? Páginas 51 y 52, Escrito por: Jorge Gasché Suess, Napoleón Vela Mendoza, Julio César Vela Mendoza, Erma Babilonia Cáceres.]

Contrastando con ello, veamos lo que dice el filósofo griego Cornelius Castoriadis, cuyo famoso libro «La institución imaginaria de la sociedad», predijo con una década de anticipación la caída del Muro de Berlín. En una entrevista titulada:

Autonomía individual y autoomía social

TIERRA Y LIBERTAD: MANIFIESTO

Para una vida buena y en común en nuestro territorio

Peruanas y peruanos de distintas partes del país hemos decidido unirnos en el Movimiento Tierra y Libertad para promover un nuevo Perú.

Queremos que la nuestra sea una tierra libre de opresión y desigualdad por clase, raza, género, religión y orientación sexual. Libre de exclusión y explotación inhumana. Basta del abuso, por parte de los gobiernos y de los poderosos, a nuestra gente, a nuestra patria y a los medios que la naturaleza puso en nuestro territorio para que vivamos en común.

La experiencia reciente en América Latina nos demuestra que son posibles las victorias de proyectos que buscan construir una sociedad que sea profundamente democrática, ambientalmente sostenible y socialmente equitativa.

Tierra y Libertad cree en la democracia y la participación como práctica del día a día. Se afirma en la diversidad como valor fundamental de la vida. Promueve y respeta la autonomía de los pueblos indígenas y postula su propia representación en el Estado.

Tierra y Libertad ve en la equidad de género una necesidad impostergable y la hace realidad cotidiana. Apuesta por la renovación política en todo sentido, y por el espíritu libertario y crítico que la juventud posee, así como la capacidad que las y los jóvenes tienen de aportar como protagonistas para la transformación del país.

Tierra y Libertad se une a todos los que en el mundo tratan de impedir que la crisis presente se descargue, una vez más, sobre los trabajadores y los pobres. Se suma a todos los que en el planeta están bregando en defensa del ambiente ahora en peligro. Se une a todos los que propugnan los derechos humanos universales, la paz y la relación armoniosa y de mutuo respeto entre todos los pueblos y culturas de la tierra.

Nuestro movimiento, finalmente, tiende la mano a todas las mujeres y hombres del país y los convoca a unirse para construir un Perú Nuevo en un Mundo Nuevo.

TIERRA Y LIBERTAD

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